miércoles, 20 de abril de 2016

Leoncio Bueno... y sigue la Guerra de los Runas




Por Winston Orrillo

Solo la muerte morirá…”
Vallejo

Apenas ha cumplido 96 años, un señor escritor nonagenario, pero  mucho más joven que algunos de los que, orondos, tratan de pasear su apócrifa mancebía poética.

Leoncio Bueno Barrantes, nacido en 1920, acaba de recibir la noticia que la Casa Nacional de La Literatura, en gesto que la honra, ha decidido otorgarle su galardón anual. Y Milagros Saldarriaga, su activa directora, ha concurrido hasta el semi-exilio del poeta, en Lurín, para llevarle la presea.

A él, un jubilado con 365 soles de baldón, le llega un premio nunca tan bien merecido. A él quien nunca se presentara a concurso alguno y que si bien tiene menciones (muy) honrosas en el Premio Nacional de Cultura (1973) y en internacionalmente famoso, Casa de las Américas (1977), se deben a una fraterna diablura del caro poeta Arturo Corcuera, quien lo presentara, sin que él lo sepa y, obviamente, sin su consentimiento.

Acompañado de su segunda esposa, Blanca Rojas y de su hija, Gladys, y, como no podía ser de otro modo, con la compañía (algo sabe quien esto escribe de la materia) de tres gatos (yo tengo una gata, Benita, que equivale a media docena de mininos). Así recibe Leoncio a la embajadora de la cultura que le lleva la respectiva Resolución. 

A estas alturas de la frecuentación del presente texto, muchos se preguntarán y por qué este título más o menos esotérico: la respuesta es simple. La poesía, el permanente combate poético de Leoncio, cristalizado en un volumen sobre la guerra de los runas, de los hombres comunes y corrientes, del pueblo, se exacerba en los días que corren, frente a los resultados electorales, que constituyen -¿alguien puede dudarlo?- una exacerbación de la batalla que nuestros hermanos, que nosotros mismos, habremos de librar para que no se siga hundiendo el país, en manos del capital extranjero y de sus agentes nativos.

Porque, al fin y al cabo, la poesía entera de nuestro bardo no ha tenido otro propósito que el canto a la justicia, a la libertad, a la democracia (real), escrita por quien viene de los conchos de la tierra: hijo de padre “golondrino” (trabajador eventual) y de una mulata, de allá, adentro, en el Departamento de la Libertad (medio paisano pues de nuestro César eterno). 

Prácticamente un autodidacto, Leoncio fue, libro tras libro, enhebrando un talento que, para comenzar, destilaba originalidad a todas luces. ¡Que otra denominación podríamos dar a volúmenes con títulos como   Rebuzno propio, Al pie del yunque y/o Pastor de truenos, entre una variedad de textos que arrancan de la piel de su experiencia levantisca (tiene varios volúmenes artesanales que pueden ser adquiridos por  los que lo visitan).

Un escritor que ha “tirado lampa”, que ha trabajado “al pie del yunque” es, de suyo, sospechoso…

Pero en su caso la sospecha era verídica, pues no se trataba, solo, de enhebrar himnos a la justicia, sino de tratar de que ella viva, se encarne,  entre las masas desposeídas, que eran su real entorno. 

Y militó en el anarquismo, y luego fue el Grupo Obrero Marxista –por allí anduvo el grande Emilio Adolfo Westphalen. Y el Grupo Intelectual Primero de Mayo. Todo lo cual lo llevó, como no podía ser de otro modo, a la Cárcel Central de Varones  (título prosopopéyico) y luego al Frontón, por conspirar contra el abuelo de Fujimori: Odría. En la isla-presidio (que tantos recuerdos guarda de Alan García) fue condecorado por la tuberculosis, la que hizo más dura la corteza de su vida, ya de suyo difícil.

Al salir, siguió ya, definitivamente, con la poesía y con el periodismo que autodidácticamente practicara en diarios y revistas (recuerdo haber coincidido, con él, en Oiga, la presea del querido extinto Paco Igartua).
Mientras, trotskista pleno, alguna vez discutimos por las vereditas ideológicas, pero todo cesaba cuando, por consejo de Arturo llevaba mi Volkswagen, para que le revise la batería o la cambie, a su legendario taller “El Túngar”, en pleno corazón de Breña (pero nada que ver con el partido de los de la Casa del antipueblo).

En el recientísimo FIP (Festival Internacional de Poesía) Leoncio fue toda una estrella. Es el primero, el que abre el volumen Fórnix, revista de creación y crítica, Nº 14, abril de 2016, dirigida por el benemérito y grande poeta, Renato Sandoval Bacigalupo.

En el volumen en referencia, hay varios poemas de Leoncio que no conocíamos, y que no resistimos citar, como su “Juicio Final”: 

Para mí nada./ Nada quise en vida, nada quiero en la muerte./ Y después de muerto la nada. Ni velorio ni flores ni responsos;/ ¡Ni una maldita tumba!/ Para mí nada. Como pobre he vivido,/ Como pobre he de morir./Nada de vanidades ni tontos misticismos./ No creo en Dios ni en el Diablo, palabrejas/ Inventadas por el miedo humano./ No hagan nada de boberías/ con mi cadáver, con mis cenizas,/ O con mi efímera memoria….//Es la firme voluntad de quien en vida/ Siempre fue un obstinado anarquista./ ¡Por favor, difuntos de mi entorno!”/ Ni una flor, ni una palabra, ni un aviso a los amigos o parientes!”/ Ni agua bendita, ni discursos ni estampitas!/ Para el que siempre se burló hasta el sarcasmo/ De todas las fanfarrias e ilusiones/ De la única mendaz e hipócrita de las especies: / Nuestra “especie humana”/ Y su frustrante civilización mafiosa.//

Nada más, pues que añadir.

Leoncio, ad portas de su propio centenario, nos da una lección integérrima. Es un rebelde con causa, un revolucionario que, otrora, fuera uno de los fundadores de Comas, uno de los que dirigiera la invasión poderosa, de lo que es, hoy por hoy, uno de los distritos más emblemáticos del nuevo Perú.

Por ello no reconozco premio ni galardón más merecido, que el otorgado a quien, en el frontis de su notable poema “Conciencia de poesía”, escribiera, como su propio epígrafe: “Un día el polvo será también un hombre”.

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